Una buena traducción se debe poder leer como si fuera un texto original. Es un principio básico e indiscutible. Si el lector siente el texto ajeno en su forma, algo anda mal. Si identifica la influencia de la lengua extranjera en lo que está leyendo, la calidad de la traducción deja mucho que desear.
Pero como casi todo en esta vida, esto es más fácil decirlo que hacerlo. Cuando se trabaja con dos lenguas al unísono, es muy difícil apartarse de una para quedarse sumergido en la segunda, la de llegada, la que va a leer el consumidor de nuestra traducción que es al final el que nos paga o el que le paga a quien nos paga, que viene a ser lo mismo. Si esas lenguas son muy diferentes en su estructura formal y en la cultura de la sociedad en la que existen, la tarea se hace hercúlea y aún así, el no cumplirla cabalmente es imperdonable a los ojos del consumidor del texto traducido.
Es el caso de la traducción del ruso al español. Lenguas muy diferentes en su estructura y portadoras de culturas muy distantes no solamente en su geografía. Veamos tres ejemplos de dificultades específicas que enfrentamos los que trabajamos con esta combinación lingüística.
- El (ab)uso de siglas: La extinguida Unión Soviética engendró una maquinaria burocrática descomunal que ha sufrido muchos cambios de forma en la Federación de Rusia actual, pero sigue generando una descomunal cantidad de siglas que han influido también en el discurso popular e institucional. Su traducción al español se hace un problema. Muchas veces en esa lengua no se usa tal sigla, otras ni siquiera existe la institución representada en ella, puede ser peor: que exista pero no sea exactamente lo mismo. Traducir lo que significa y dar así nombre a lo que resume la sigla es un recurso muy recurrido pero no funciona siempre. La construcción resultante puede dejar mucho que desear en términos de naturalidad. Véase: DTP, (literalmente: acontecimiento de transporte de caminos) una sigla para lo que llamamos simplemente accidente de tráfico en la lengua de Cervantes.
- Los latinismos: Existen en ruso, como en cualquier otra lengua. Son fuente de falsos amigos y equivocaciones desastrosas. Utilizatsia, en ruso, muchas veces es reciclaje en español y no utilización. Es evidente el tipo de problemas que puede generar un error de traducción semejante. El uso de latinismos tiene otras connotaciones de estilo en el discurso. Muchas veces coexisten el latinismo y la palabra de origen eslavo sin necesariamente ser sinónimos. Si en un texto traducimos mnogoznachnost como polisemia tendremos un problema de coherencia terminológica cuando más adelante el autor hable de dos tipos de mnogoznachnost: omonimya y polisemya.
- Sustantivo o infinitivo: En ruso se forman frases verbales creando sustantivos con relativa facilidad. Algo interesante si se tiene en cuenta que el ruso es un idioma tan rico en verbos. Expresiones como tomar una decisión o tomar partido son perfectamente naturales en español pero muchas veces preferimos hablar de desarrollar un proyecto y no hablar del desarrollo de un proyecto. Obviamente este último caso depende mucho de contextos y tipo de textos pero aún así es fuente de muchas traducciones horriblemente forzadas y que dejan al lector la impresión de que le hablan en una lengua extranjera aunque usando palabras de de la suya.
Existen obviamente muchas otras situaciones complejas para el traductor de este par de idiomas. Los recursos para enfrentar estas dificultades son variados y ajustados al perfil de cada profesional. No hay fórmulas mágicas y el elemento en común más importante a tener en cuenta será que el texto traducido mantenga en el anonimato absoluto el trabajo del traductor, si bien no su mérito profesional. En este caso ser anónimo es, además, muestra de profesionalismo.
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